miércoles, 7 de marzo de 2007

Los Forjadores

Es curioso observar cómo esta espiritualidad ha rodeado al sable desde su propia concepción: el Kaji (To-Sho) forjador de sables, se sometía a una dura disciplina de ayuno y aislamiento, con objeto de purificar todas sus acciones y lograr de esa manera una obra sin igual en la que quedarían impresas las cualidades de su propio carácter. Existía por tanto, una cierta transmisión o comunión espiritual entre el artesano y su creación.
De esta forma, como en una mágica alquimia, el forjador evocaba los elementos sagrados, manipulándolos con sabiduría y erigiéndose como puente de unión entre los designios divinos y la materialidad de las formas... Sólo él entre el Dragón de los Cielos y el Tigre de la Tierra (Ten Chi Jin).
Era así como en el Aire puro de la montaña, el Kaji mezclaba en proporciones secretas la Tierra ferruginosa (Tamahagane), sometiéndola luego al Fuego purificador capaz de liberar la esencia del mineral más noble, para sumergirlo finalmente en el Agua que conformaría una estructura renovada. De la nada, del Vacío original (Ku), había nacido l
a hoja del sable capaz de liberar al guerrero espiritual (Bushi)
Cuando un proceso escapa a la mera repetición sistemática y requiere de la intervención del espíritu de quien lo realiza, entra por mérito propio en la clasificación de Arte. Cómo definir sino algo que se regía por normas tan poéticas como: "Calentar el acero hasta lograr el color de la luna en el cielo de junio" o bien: "Enfriar la hoja en el agua a la temperatura de un riachuelo en febrero".

Cada artesano se convertía así en experto de su propio método de fabricación, dando lugar a obras irrepetibles, con características perfectamente identificables, asociadas para siempre a su firma (Mei), normalmente escondida bajo la empuñadura del sable (Tsuka).

Los diferentes tipos de forja variaban desde los más sencillos, en los que una capa de acero endurecido se soldaba lateralmente a otra lámina de hierro (Suheya), pasando por sistemas de calidad media en los que el metal más duro envolvía la lámina más blanda desde abajo (Kobuse) o desde el lomo superior (Wariha), hasta llegar a las hojas de mayor calidad, forjadas combinando hierro y acero en múltiples capas que suministraban sus particulares características de elasticidad y dureza.
Esta doble pletina blanda-dura para laminación, recibia el nombre de Kataha. Después, la combinación de esas láminas se doblaba una y otra vez a golpe de martillo, forjando así hojas que, en un espesor reducido, incluían miles de laminillas originales. Cuando la hoja final se pulía, dejaba a la vista su configuración en capas, lo que permitía su catalogación como si se tratara de los anillos de un tronco recién cortado. Estas huellas laminares (Hada) tienen una denominación concreta según su forma: recta (Masame), madera (Itame), curvada (Ayasugi) o celular (Mokume).

Una vez laminadas, las mejores hojas requerían ser endurecidas en las zonas del filo y de la punta; esto se lograba introduciendo mayor cantidad de carbono en el acero a través de un proceso de calentamiento en el lecho de un horno de carbón. Cuando el porcentaje de carbono era lo suficientemente elevado, la hoja estaba lista para el temple.
Un buen sable necesitaba distintos grados de elasticidad y dureza en las diferentes zonas de la hoja, para evitar la fragilidad asociada en las áreas de corte o bloqueo. El problema a resolver era cómo dosificar adecuadamente el proceso de templado (elevadas temperaturas y enfriamientos bruscos) de manera que la gran dureza resultante se distribuyera correctamente. La solución se adoptaba en forma de recubrimiento arcilloso (Sabidoro), con un espesor muy pequeño en el filo y progresivamente mayor hacia el dorso de la hoja (Mune), que controlara los efectos de la temperatura durante los sucesivos temples. La consecuencia evidente en la hoja, era una línea perfectamente definida (Hamon) que ponía de manifiesto los diferentes grados de cristalización del acero.
Una posterior operación de pulido/rectificado permitía eliminar rugosidades superficiales y corregir angulaciones del filo en zonas especialmente delicadas, como la punta (Kisaki).
La última operación podía incluir la ejecución de grabados ornamentales con motivos alegóricos, como la "recta espada de la sabiduria" (símbolo del Kami Fudo Myo-O) o el nombre en sánscrito de la divinidad protectora elegida.
En ocasiones, la firma del artesano se encontraba acompañada por la de los asesores que certificaban así las pruebas realizadas con la con la hoja recién fabricada (Tameshigiri y Suemonogiri) antes de ser entregados a su destinatario.
El sable quedaba dispuesto, montado en principio de manera sencilla en una empuñadura de madera natural, sin adornos, a juego con la funda (
Shirasaya), evidenciando así el gran valor de la hoja frente a cualquier tipo de ornamento externo.
Posteriormente tomaría la forma definitiva incorporando una guarda (
Tsuba) en fundición de gran calidad artística, la empuñadura (Tsuka) forrada con piel de tiburón y seda trenzada, y una funda (Saya) en madera lacada.

Entre los artesanos más famosos de las diferentes eras podemos destacar:

Amakuni (701 D.C.)
Yasutsuna (806 D.C.)
Munechika (987 D.C.)
Norimune (1206 D.C.)
Yoshimitsu (1264 D.C.)
Masammune (1288 D.C.)
Muramasa (1322 D.C.)
Kanemitsu (1329 D.C.)


La cultura que se desarrolló alrededor del sable, alcanzó no sólo los aspectos meramente técnicos, sino los también espirituales, creando así modos de vida diferentes y propiciando la búsqueda del ser interior a través de la renuncia a uno mismo (Musha Shugyo).

1 comentario:

yugoth55 dijo...

Exelente bien documentado